Mi padre fue un hermoso árbol, cubierto de dulces frutos que repartía generosamente, a todo aquel que lo necesitaba. Y a cambio solo pedía un poco de sol y agua, que se convertían en respeto y amor y alimentaba sus raíces y su alma.
Yo soy una rama del árbol más bello que existió en la tierra.
Fue mi mejor maestro, funcionaba con hechos no solo con palabras.
Recuerdo cuando algún problema se colaba en mi vida, con su sola presencia lo solucionaba. Porque él sabía defender sus ramas.
Me ofreció amor y me enseñó como repartirlo con rectitud, humildad y honestidad.
Quizás como ser humano también tuvo defectos, pero eso me hizo quererlo aún más.
Y al final, supo morir de pié como lo hacen los grandes árboles.
Mª Ofelia
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